Historia
Gustavo
Rojas Pinilla, quien encabezó el segundo gobierno militar de Colombia durante
el siglo XX, nació en Tunja el 12 de marzo de 1900. Su nombre fue inseparable
de la política nacional desde 1953 hasta mucho después su muerte en 1975.
Nacido en un hogar modesto y religioso, forjado en el ambiente de tensiones y carencias de comienzos del siglo pasado, Rojas fue un hombre de empuje. A los 15 años ya era un normalista, a los 17 un bachiller con amplias aspiraciones y a los 18 cadete en la Escuela Militar de Bogotá. En 1927 se graduó en ingeniería civil. Fue el ingeniero principal en las carreteras Socha-Támara durante los años 1928-1929, Vélez-Chipatá en 1930, Carare entre 1931 y 1932. De ingeniero-jefe de la fábrica de municiones del ejército en los años 36 y 37 se convirtió en su director, hasta 1938. Su vida militar continuó como comandante de los grupos de artillería de La Popa en 1939, Palacé en 1941 y de la escuela de artillería en 1942. En 1944 fue subdirector de la Escuela de Guerra y en 1945 director de Aeronáutica Civil. Entre 1946 y 1948 se desempeñó como comandante de las Brigadas Primera y Tercera, respectivamente.
El
asesinato de Jorge Eliécer Gaitán lo sorprendió en Cali, cuando se desempeñaba
como comandante de la Tercera Brigada. Se hizo célebre por el aplastamiento de
las revueltas populares que explotaron en su jurisdicción, evitando así que se
repitiera en la zona lo acaecido en Bogotá. De esta experiencia pasó
directamente a la política. El presidente Ospina lo llevó al Ministerio de
Correos y Telégrafos en diciembre de 1949. Su llegada al gabinete ministerial
coincidió con un avance en el desarrollo de las comunicaciones en el país, a lo
que contribuyó con entusiasmo. Una de sus iniciativas como ministro fue la
extensión de los servicios telefónicos por el sistema moderno de frecuencia
modulada a las principales ciudades del occidente colombiano. En la capital se
instalaron los primeros teléfonos públicos, lo mismo que equipos teleimpresores
de telegrafía rápida.
La
coyuntura de la violencia partidista de mediados de siglo lo puso al frente del
poder el 13 de junio de 1953, cuando ejercía como comandante general de las
Fuerzas Armadas. Su advenimiento fue saludado con alborozo por los colombianos,
que vieron en él la salvación del país. Trató de hacer un gobierno
independiente de los jefes naturales del bipartidismo. Para ello contó con
parte del gaitanismo, con el socialismo de Antonio García, con cristianos
independientes de la jerarquía católica y con apóstatas del conservatismo
laurenista y ospinista, y sobre todo se apoyó en su propia institución militar,
que ocupó los principales cargos de la administración pública. Fue esta la
verdadera causa de su caída el 10 de mayo de 1957: el haber desafiado a la
clase política tradicional, que olvidó sus odios para recuperar el poder a
través de la fórmula del Frente Nacional. Por supuesto, no faltaron los
desaciertos, las improvisaciones, la corrupción, los malos manejos en materia
económica, que sirvieron de argumentos a sus opositores. Con Rojas, militares y
promilitares pagaron su inexperiencia de gobernar.
Mientras
para la mayoría de los hombres de Estado la Presidencia constituye el final de la
carrera política, para Rojas fue sólo el comienzo. Con un puñado de hombres
inició el 23 de abril de 1961 una agrupación política que, con el correr de los
años se convertiría en el más grande movimiento de oposición al intocable
bipartidismo colombiano: la Alianza Nacional Popular (ANAPO). Durante diez años
y teniendo como mito fundador los años de Rojas en el poder, la ANAPO canalizó
el descontento de los colombianos con el sistema del Frente Nacional y sirvió
además para que ellos expresaran su rechazo a ese experimento oligárquico en
las elecciones del 19 de abril de 1970, donde la sospecha de fraude empaño su
triste final.
Empero,
se gestó en el gobierno militar una interesante relación entre gobernante y
gobernados, o mejor, entre Rojas y el pueblo, que estuvo estimulada por un
dinámico aparato de propaganda que difundió por todos los rincones del país la
imagen del redentor. Imagen que se legitimaba paso a paso con su política de
beneficencia social expresada a través de SENDAS y en las agrias disputas que
el mandatario mantuvo con la clase política tradicional y con las jerarquías de
la Iglesia en la segunda parte de su administración. El contubernio de la
Iglesia con los grandes gremios de la economía colombiana produjo un vacío
espiritual entre los creyentes colombianos que fue llenando, involuntariamente,
la vida pública de Rojas.
El
temprano deterioro del Frente Nacional hizo que sus inspiradores e ideólogos
encontraran en el gobierno de Rojas las causas del fracaso. El ex presidente
fue llevado a juicio ante el Senado y declarado indigno por mala conducta en el
ejercicio del poder, condenado a la pérdida perpetua de sus derechos civiles y
políticos, quedando en interdicción de derechos y funciones públicas y privado
de la libertad de elegir y ser elegido, del ejercicio de cualquier otro derecho
político, función pública u oficial de los grados militares, de toda pensión,
jubilación o sueldo de retiro de carácter oficial, así como del derecho a
ejercer tutelas y curadurías y de pertenecer a los cuerpos armados de la
República, lo mismo que incapacitado para adquirir cualquiera de los derechos,
empleos u oficios, calidades, gracias o grados mencionados.
A
diferencia de lo que esperaba el gobierno, la medida fortaleció la imagen que
Rojas había empezado a fabricar desde sus años de presidente. Mientras que para
la mayoría de los hombres de Estado la presidencia constituye el final de su
carrera política, para Rojas fue sólo el comienzo. Con un puñado de hombres
expulsados, como él, de la política, fundó el 23 de abril de 1961 una sugestiva
agrupación política que, en principio, buscaba la reivindicación de sus
derechos políticos y que sirvió de vehículo de expresión a sectores
tradicionales del bipartidismo sin posible participación en la coalición del
Frente Nacional.
Con
un capital axiológico proveniente de un juego de imágenes más que de
realizaciones, aunque no fueron pocas, el ex general decidió hacerle el juego
al establecimiento configurando en su movimiento, la Alianza Nacional Popular,
ANAPO, un ala liberal y otra conservadora, de tal manera que pudiera competir
de acuerdo a las reglas del Frente Nacional.
No
fue fácil para Rojas robustecer, desde un principio, el sector liberal de la
ANAPO. Primero, porque su liderazgo lo integraban, ante todo, los conservadores
que a la muerte de Gilberto Alzate Avendaño, en 1960, habían quedado acéfalos.
Segundo, porque las primeras votaciones fueron de procedencia conservadora, y
tercero, porque los liberales inconformes con el Frente Nacional tuvieron sus
propios voceros en el Movimiento Revolucionario Liberal, MRL, y en no pocos
grupos radicalizados bajo la influencia de la revolución cubana y de los
neomilitarismos de izquierda (tercermundismo) o de derecha (norteamericano).
Rojas,
mientras tanto, robustecía su imagen de mártir: no se le permitía hablar, se le
confinaba acusándolo de conspirador y la gran prensa lo ridiculizaba día a día.
No obstante, persistió en su desafío al establecimiento recorriendo ciudades y
pueblos con una aureola de sacralidad y proponiendo a los colombianos pobres
volver a la vida barata de los tiempos de su mandato, lo que se conoció en la
farándula política de los sesenta como la "dialéctica de la yuca". En
lo mejor de sus peroratas el ex presidente sacaba de sus bolsillos una yuca y
preguntaba a las masas convocadas por el precio que ese producto había tenido
en sus tiempos de gobernante y el que tenía en el momento presente. Lo mismo
hacía con productos como la papa, la carne y también con el dólar.
Mientras
la política se desarrollaba en recinto cerrado en un país atado al estado de
sitio, Rojas recuperaba la plaza pública, en la medida en que los movimientos
de corte liberal-radicales se venían a menos. Poco a poco fueron rodeando a
Rojas los liberales defraudados de las inconsecuencias ideológicas de sus
líderes, los izquierdistas de todo pelambre maravillados por la presencia del
pueblo al lado del general, los cristianos huérfanos de la guía espiritual de
la Iglesia, como también quienes vivían al margen de la vida política nacional.
Desde las elecciones de 1964, los colombianos depositaron en él la confianza de
su representación en los cuerpos colegiados. Fue concejal y diputado de
municipios y departamentos, no obstante su impedimento jurídico. Su crecimiento
electoral y la necesidad de contar con su apoyo para la reforma constitucional
de Lleras Restrepo intervinieron a su favor para que el establecimiento le
devolviera sus derechos civiles y políticos.
La
persistencia en una desigual lucha de diez años contra la oligarquía hizo que
los colombianos vieran en Rojas el vehículo a través del cual podían expresar
su rechazo y manifestar su revancha a la fórmula del Frente Nacional en las
elecciones del 19 de abril de 1970 donde la sospecha de fraude empaño el final
de la coalición.
El
éxito político de Rojas estuvo ligado a la vigencia del Frente Nacional. Se
opuso a la creación de un partido independiente cuando sus adeptos consideraron
llegado el momento de lanzar el tercer partido en 1971. Para él, el avance del
anapismo se explicaba, en parte, en no haber violentado el inconsciente
partidista de los colombianos, permitiendo que dentro del movimiento se
promovieran anapistas liberales y anapistas conservadores. Empero, su
naturaleza portadora de una capacidad natural de servir de medio de expresión
política incluso a pensamientos distintos a los suyos, impidieron el proceso
que él mismo había forjado. Las masas, sin embargo, más que anapistas habían
sido rojistas, y una vez muerto el caudillo popular empezaron su regreso, unos
a sus viejas toldas y otros a la búsqueda de nuevos rumbos. También hubo
quienes se quedaron en lo que alcanzó a ser para ello su comunidad política y
no pocos fueron devorados por el olvido.
Para
los pobres de Colombia, que a mediados de la década de los setenta bordeaban
los 40 años, la muerte de Rojas el 17 de enero de 1975 significó el final de
sus esperanzas y anhelos. A su manera, Rojas había sintetizado imaginarios
liberales y conservadores populares frustrados a lo largo del siglo XX. Los
poderosos aprovecharon la oportunidad para reconocerle al general, después de
muerto, su contribución al orden establecido. Además tenían razón. Rojas, a lo
mejor sin proponérselo, había reconciliado a la clase política tradicional en
los tiempos de su gobierno. Cada uno de sus pasos administrativos contribuyo
dramáticamente a ello: la fundación del Movimiento de Acción Nacional (MAN),
una especia de alternativa al bipartidismo oligárquico, La Confederación
Nacional de Trabajadores (CNT), alternativa a la confesional Unión Nacional de
Trabajadores, más tarde la tercera Fuerza y la actividad de SENDAS.
A
su llegada al poder, el país estaba prácticamente en guerra civil y logró
pacificarlo temporalmente, al punto de desarrollar con acierto el primer
proceso de paz en Colombia, que terminó con la desmovilización de las temibles
guerrillas del Llano y del resto del país. El 10 de mayo de 1957 prefirió
encargar de la presidencia a cinco generales, impidiendo así el derramamiento
de sangre y, finalmente, en las jornadas de abril de 1970, cuando sus
seguidores le reclamaban decisión para reivindicar la victoria en las
elecciones, el general prefirió los consejos de su guía espiritual, el
psiquiatra Hernán Vergara: "Si usted fuera un cristiano, si no hubiera
tantas veces invocado a Dios como supremo vigilante de justicia humana, no me
atrevería a pedirle que se enfrentara a esta prueba sobrehumana como lo han
hecho los verdaderos creyentes a partir de Abraham. Porque la diferencia entre
la acción política de un materialista y la de un cristiano se marca en el
momento en que, enfrentados a una legalidad, que se tiene físicamente por
inicua, el primero no tiene más camino que la acción humana, en tal caso la
violencia, mientras el segundo puede luchar dentro del marco de la legalidad
confiando en que Dios, que está por encima de toda legalidad, sabrá hacer
finalmente su Justicia... En una situación en la que tantos jefes pierden la
cabeza, que al menos Usted, General, no la pierda". (Carta de Hernán
Vergara a Gustavo Rojas Pinilla. Bogotá, abril 24 de 1970).
En
los últimos años, los científicos sociales han abordado la vida y obra del
general Gustavo Rojas Pinilla. Los nuevos métodos de la investigación lo
favorecen por haber constituido en la historia de la política latinoamericana
un fenómeno atípico. Continúa sin estudiarse, sin embargo, la economía durante
su gobierno, que arrojaría luces para comprender la verdadera esencia social de
ese régimen. Tampoco se ha pensado en las consecuencias para el país del robo
de las elecciones del 19 de abril de 1970. Detrás del general estaba una
generación formada en el decenio del sesenta y que buscaba abrirse espacio en
el estrecho espacio de la política nacional, la misma que desesperada terminó
lanzándose a la clandestinidad de la lucha guerrillera.